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Me embriaga un sentimiento de ternura, un sentimiento de veneración y agradecimiento, por tanto momentos que hacía mucho tiempo que no repetían al lado de este gran animal, de este gran caballo, al que Felipe Lleras convirtió en caballo, mejor dicho, le devolió su esencia perdida en unas cuadras en donde se le calificaba de peligroso y cojo. Y ni peligroso ni cojo. Peligrosos somos los humanitos, no los caballos, los caballos son su instinto: déjame estar libre y con mis amigos y seré caballo. Y así fué, Felipe le dejó libre , con sus nuevos amigos, y volvió a su esencia convirtiéndose en un auténtico maestro que apoyó, ayudó y enseñó a muchas personas en el arte de vivir en PAZ.
Apoyada en su cabeza sentí el silencio, el silencio emocional de un ser vivo que pedía a su vez silencio emocional, que pedía equilibrio, que pedía confianza, y que pedía humildad para comunicarse con uno. Salao, como lo llamaba Felipe pedía amor por la vida, tranquilidad de espiritu y así vibraba y así vivía.
No puedo comunicar la profundidad de dicho silencio lleno de comunicación, Saladete se comunicaba con nosotros, y con muchas personas que finalmente comprendieron la esencia de un animal como él.
Se fué Salao dejando este mundo, sin ningún motivo aparente y después de despedirse de su cuidador Jaime, al que fué a visitar la noche de su partida, llamo a su puerta y cuando Jaime salio se tumbó despacito y dejó de respirar. Una muerte digna, una muerte en PAZ tal y como él vivió, murió.
Un homenaje al maestro
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